La actriz Evelyn Rosario Vega recibe el prestigioso premio Helen Hayes: “Es una revelación surreal”
A Evelyn Rosario Vega la vida le sucede como una obra surrealista. Cuando menos se los espera, alguna influencia divina —alguna fuerza espiritual indescriptible— le abre puertas a mundos desconocidos y misteriosos por las que cruza, a veces con temor, pero siempre segura de que no cruzará sola. Ese es su secreto: en su corazón habita una hoguera de apoyo única, en la que sirve como leña el amor incalculable de su familia y seres queridos. Y aunque Evelyn no lo sabe, eso la hace invencible.
Cuando se enteró de su nominación a un premio Helen Hayes como mejor actriz de reparto, su primera reacción fue la incredulidad. Tuvo dudas, de hecho, a la hora de emprender el viaje hasta Los Ángeles para asistir a la ceremonia de premiaciones. Si ser nominada era una sorpresa, mucho menos se podía imaginar como ganadora. Pero la hoguera en su corazón no le permitió ni por un momento dudar. Para su familia era inconcebible que no asistiera, fuera cual fuere el resultado, así que, presionada por amor, llegó hasta California. Y ganó.
Evelyn no puede contener la emoción mientras explica lo mucho que ha significado esto para ella. Después de todo, el proceso no fue fácil. Su vida profesional se divide entre dos realidades. Es patóloga del habla y lenguaje, además de actriz, y su tiempo se fracciona entre semestres escolares, ensayos y escenarios. Aunque tiene 58 años, su energía es jovial y su voz es tierna y acogedora. Cada una de sus palabras carga emoción, fuerza y vitalidad.
Un breve recorrido biográfico: actriz, cantante y bailarina; fue miembro del Teatro Rodante, y del Coro de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras; formó parte de Ballet Concierto de Puerto Rico y desde finales de los 80 ha interpretado una variedad de roles en decenas de propuestas teatrales y musicales; ha dirigido teatro educativo para las Escuelas Montessori, Niños Uniendo al Mundo y Estancia Montessori; en el cine interpretó a Ramona en la adaptación fílmica de “La Llamarada” de Enrique Laguerre y recientemente formó parte del elenco de las producciones de “Cabaret” y “La Guagua Aérea, el Musical”.
Y aunque hoy es ganadora de un importante premio de actuación, el camino para llegar a él no fue del todo sencillo. Evelyn interpretó a Petra en una adaptación teatral del teatro GALA en Washington, D.C., de la novela “La casa de la laguna” de Rosario Ferré. La trama cuenta la historia de Isabel Monfort, quien quiere dejar por escrito las memorias de su familia que cuenta a su vez la historia de Puerto Rico. En esta adaptación, Monfort lucha por encontrar su voz artística, en medio de la incertidumbre en su matrimonio y la inestabilidad en Puerto Rico. A pesar de los continuos problemas raciales y socioeconómicos en la isla, debe luchar por el derecho de contar su historia en sus propias palabras.
“Y cuando yo leí el libreto yo quedé impresionada. Yo dije ‘Dios mío, yo no sé que va a pasar aquí, pero a mí me encantaría hacer esto’, pero son tantas las cosas que habría que mover para poder hacerlo”, explica Evelyn.
Tuvo que pasar por un proceso de audiciones riguroso y luego esperar. “Cuando me dicen que había sido seleccionada, en realidad me abrumó”. Estaba en San Francisco para celebrar el cumpleaños de uno de sus retoños, la personalidad actoral de género no binario, Vico Ortiz, cuando recibió la noticia. “Ahora mismo con esto no sé qué hacer, si hacerlo o no hacerlo”, dice haber pensado.
Pero su familia no permitió que dudara ni por un momento. Otra vez le dieron el empujón necesario para impulsar su aventura. “El personaje de Petra me trajo tantos recuerdos de mi abuela, de cómo mi mamá me contaba que era mi abuela, porque yo no la conocí, no tuve ese privilegio. Pero mi abuela y Petra, por lo que mamá me cuenta, eran mujeres bien poderosas, bien seguras, bien confiadas, bien amorosas, bien maternales, esta negra que ha criado familias enteras y que han criado hijos de hombres blancos. Esa imagen de mi abuela para mí era como que ‘Dios mío, si yo no lo hago, ¿quién lo va a hacer?’”, dice.

Los retos estuvieron presentes desde el primer momento, pero entre sus colegas halló un sentido de unidad tan cálido como el de su familia. “Todo el tiempo ensayando con mascarilla y cuando tú te quitas la mascarilla un día antes del estreno, a mí me dio una emoción tan grande y tan a otro nivel, porque ver los rostros de mis compañeros descubiertos justamente un día antes de estrenar, era otra dimensión. Era subir a otra dimensión, estar en otro espacio”, recuerda.
Durante el tiempo que duró la producción en escenario, todos y cada uno de sus compañeros lo entregaron todo. “Nosotros nos sumergimos en esa laguna con el corazón en las manos. Con el corazón en las manos y mano a mano, cuerpo a cuerpo, respiración tras respiración, de una manera bien sintonizada, todos en un solo latir”.
Y, aun así, a pesar de tanta entrega, confiesa con algo de vergüenza no haber sabido que los premios Helen Hayes existían. “La verdad yo no sabía, soy bien honesta y lamento mi ignorancia, pero no sabía que existían unos premios Helen Hayes, no sabía. Nos entregamos y me entregué con la misma pasión con la que siempre me entrego a los proyectos aquí en Puerto Rico y con la misma intensidad, con la misma constancia, compromiso y responsabilidad que siempre he tenido en los proyectos que he hecho acá. Y después del estreno, cuando sentimos ese calor, ese esa aceptación tan fogosa del público en Washington, para nosotros fue impresionante”.
Ser nominada a un premio de este calibre por su trabajo no fue algo que pasó nunca por su cabeza, “Cuando en enero de este año me llega este correo electrónico de la organización Helen Hayes, yo dije ‘no, esto no puede ser, esto es imposible’. Como que estaba en un shock”, y una vez más, dudó, cuenta. ¿Para qué ir sabiendo que era posible que no ganara el premio? Y, una vez más, su familia se impuso ante las dudas. “Me decían ‘pero tú tienes que ir para allá, tú tienes que hacer esto’”, y así, decidió disfrutar del proceso. “Déjame disfrutar de este proceso, déjame gozarlo como si fuera, es que es un regalo del universo maravilloso. Y pues nada, dije ‘vamos a hacerlo’. Crucemos el charco otra vez”.
Y al final —o quizás el principio— de este camino, no hay trofeo ni medalla más grande para Evelyn que el amor que enciende su hoguera. “Es una revelación surreal. Porque en este momento este reconocimiento valida, de alguna manera, todos estos años. Pero no solamente eso, sino que después de haber recibido el premio, esta muestra de cariño y de amor incondicional, todos estos mensajes. Uno como crea esta consciencia del cariño tan grande, del amor tan genuino, tan espontáneo, tan dado de la gente que por años tienes a tu alrededor. Y eso es hermoso. Es bonito. Más que el premio, eso es más bonito para mí”.